domingo, 5 de agosto de 2007

Una Enfermedad social

Por: Agnès Bardon
El sida, desconocido hace 30 años, es hoy el primer factor de mortalidad entre los adultos jóvenes del mundo entero. La agravación real de la epidemia ha superado las previsiones más pesimistas. Hoy en día, hay más de 40 millones de personas infectadas y más de 13 millones de niños huérfanos por la enfermedad.A falta de una vacuna o medicina capaces de curar el sida, la prevención sigue siendo el mejor antídoto.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que dos tercios de las nuevas infecciones que se van a producir de aquí a 2010 se podrían evitar reforzando la prevención. Al mismo tiempo, se ha avanzado mucho.Muchos países han integrado la educación preventiva en los planes de estudios e invertido millones de dólares en proyectos destinados a los grupos de riesgo, y en campañas publicitarias masivas.
Pero el desconocimiento del VIH/SIDA y de sus formas de transmisión sigue causando perplejidad. En Malí, Benin y Haití, por ejemplo, 40% de las jóvenes no saben cómo protegerse contra la enfermedad (Demographic and Health Surveys, 1998-2002). Incluso las personas más expuestas a contraer el sida siguen sin concederle importancia: 90% de los adolescentes de Haití creen que el riesgo contaminación por el virus es muy escaso o prácticamente inexistente, cuando según ONUSIDA, su país registra uno de los porcentajes de incidencia de la epidemia más altos del mundo, después del África Subsahariana.Además, se siguen extendiendo las ideas erróneas sobre el virus y la discriminación contra los enfermos, incluso en los países industrializados.
Una encuesta realizada en Estados Unidos en 2000 puso de manifiesto que 40% de las personas interrogadas creían que podían contaminarse bebiendo en el mismo vaso que un enfermo, o por la tos de éste (Programa ONUSIDA). En estas condiciones, no parece posible alcanzar los objetivos fijados en junio de 2001 por la Asamblea General de las Naciones Unidas a raíz de la Cumbre del Milenio: lograr que, de aquí a 2005, 90% de los jóvenes del mundo de 15 a 24 años tengan acceso a la información y a la educación para disminuir su vulnerabilidad al virus.
Para explicar las dificultades para frenar la epidemia, muchos echan la culpa al enfoque adoptado en la prevención, estimando que no sólo ha sido demasiado moralizante y simplista, sino que además no ha tenido en cuenta la especificidad del sida. La experiencia demuestra, en efecto, que no basta con informar para lograr que la conducta sexual de la gente cambie. Mary Crewe, directora de la sección de estudios sobre el sida de la Universidad de Pretoria (Sudáfrica), deplora que “se haya reaccionado ante el sida como si se tratara de un problema más de salud pública, mediante campañas con unos razonamientos y un tipo de información análogos a los utilizados contra otras enfermedades, cuando la patología es muy distinta”. Para ella, “habría sido necesario tratar de saber por qué factores se guían la sexualidad y el deseo”.
Algunos lamentan también que la prevención se haya centrado sistemáticamente en el cambio de las conductas individuales en detrimento de los factores sociales de la enfermedad. “Durante mucho tiempo el sida se ha enfocado con una óptica exclusivamente médica, sin tener en cuenta el contexto social”, dice Michael J. Kelly, ex profesor de pedagogía en la Universidad de Zambia y especialista de las relaciones entre el VIH/SIDA y la educación.
De hecho, el virus se transmite hoy en día principalmente por vía heterosexual y se propaga entre los más vulnerables: los pobres, las mujeres, las minorías étnicas, los emigrantes y los jóvenes.A este respecto, Alexandra Draxler, especialista de programa del Instituto Internacional de Planificación de la Educación (IIPE), dice: “Los terrenos de abono del sida son las guerras, la falta de instrucción y la desigualdad entre los sexos.
Es una enfermedad fundamentalmente social”.APOYO POLÍTICONo obstante, la experiencia demuestra que la prevención puede ser eficaz si cumple determinadas condiciones. “No hay políticas de prevención milagrosas. Para que den resultados, tienen que orientarse hacia distintos campos a un tiempo, y las tienen que aplicar a la vez los dirigentes políticos, los servicios sanitarios, los centros docentes y la sociedad civil”, dice Peter Aggleton, profesor de pedagogía en el Instituto de Educación de Londres.
Si en un país como Uganda –muy afectado por el sida– se ha conseguido frenar la epidemia, es porque la prevención ha contado con un tenaz apoyo de las más altas esferas políticas. La creación de una red densa de vigilancia epidemiológica, la distribución masiva de preservativos y la participación directa de los dirigentes políticos, comunitarios y religiosos en las campañas han sido determinantes.La escuela es también un factor clave en la lucha contra el virus, si se tiene en cuenta que los primeros afectados por éste son los jóvenes de 15 a 24 años.
Ahora bien, las estadísticas muestran que los riesgos de infección disminuyen con la escolarización.
Una encuesta realizada en África y América Latina pone de relieve que las niñas que poseen instrucción no sólo empiezan sus relaciones sexuales más tarde, sino que además imponen con mayor facilidad a sus parejas el uso de preservativos (Programa ONUSIDA). En cambio, los jóvenes con poca o ninguna instrucción tienen 2,2 más probabilidades de ser contaminados por el virus que los que finalizaron sus estudios de primaria (Banco Mundial).
De hecho, la influencia de la escuela es tan importante que algunos no vacilan en referirse a la “vacuna de la educación”. En efecto, los sistemas educativos no sólo suministran a los futuros adultos información sobre el sida, sino que les ayudan a cobrar más confianza en sí mismos y disponer de más medios para orientar su vida. “La escuela es un factor de protección social muy eficaz, ya que no sólo permite a los alumnos asimilar los mensajes que emite, sino que les faculta para ser más fuertes e independientes, en especial para resistir a las presiones de sus homólogos”, dice Michael Kelly.En estas condiciones, la función de la UNESCO es determinante. En su estrategia para una educación preventiva del VIH/SIDA (2004-2008), elaborada en el contexto de su colaboración con el Programa ONUSIDA, la Organización considera que la educación es la médula de la labor de prevención.
El objetivo de la UNESCO es ofrecer a todos la posibilidad de adquirir los conocimientos y las actitudes imprescindibles para mitigar las repercusiones de la propagación del virus trabajando conjuntamente con los poderes públicos, las organizaciones no gubernamentales, los expertos y los docentes. Otro objetivo es conseguir que los mensajes se adapten a los públicos a los que están destinados. “Los valores de una sociedad, la religión y las relaciones en el seno de la familia cuentan mucho en la forma de interpretar los mensajes.
Una campaña informativa centrada en la muerte no tendrá las mismas repercusiones en un país cristiano y en una sociedad que cree en la reencarnación”, subraya Helena Drobna, especialista adjunta del programa de la UNESCO dedicado al enfoque cultural de la prevención y tratamiento del VIH/SIDA.El acceso a los nuevos medicamentos antirretrovirales también constituye un esencial en materia de prevención. Una parte de la estrategia de la UNESCO está dedicada al acceso a la atención médica y a la educación relativa a los tratamientos.
Aunque los medicamentos actuales no permiten curar el sida, sí aumentan sensiblemente la esperanza y calidad de vida de las personas contaminadas e incitan a las que albergan dudas sobre su estado serológico a someterse a una prueba de detección el virus. En el Informe sobre la salud en el mundo 2004, la OMS señala que “se ha comprobado en numerosos entornos que la disponibilidad del tratamiento incrementa el uso de los servicios de asesoramiento y las pruebas voluntarias”.De los seis millones de personas que necesitan antirretrovirales, solamente 400.000 reciben tratamiento con estos medicamentos.
La “Iniciativa 3 x 5” de la OMS tuvo por objeto aumentar hasta tres millones el número de beneficiarios de esos tratamientos hasta el año 2005, pero ello suposo un enorme reto financiero. No obstante, el esfuerzo merece la pena, porque –como muy bien dice Michael Kelly– “es necesario actuar con rapidez y energía si no queremos que el sida se convierta en una enfermedad de los pobres”.

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